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El evangelio de María Magdalena



En el año 1896 el estudioso alemán Carl Reinhardt compra unos pergaminos en el mercado de antigüedades de Egipto. Los mismos, fechados sobre el siglo V y escritos en lengua copta, hablan sobre conversaciones de María Magdalena con Jesucristo resucitado. Lamentablemente faltan algunas hojas y debido a problemas diversos no pueden verse publicados hasta mucho más tarde. En 1917 aparecen documentos similares, esta vez en griego, uno datado en el 463 y otro que se supone es de principios del siglo III. Todo ello permite hablar de un escrito uniforme, aunque incompleto, de lo que constituye el “Evangelio de María Magdalena”


Hay que entender que el cristianismo nace como movimiento plural, es decir que la doctrina de Cristo tiene diferentes interpretaciones según el grupo que la interpreta. Evidentemente el grupo “triunfador” y que da lugar a la iglesia actual trata de arrinconar, considerando erróneos, las acepciones de los otros grupos. Las obras de estos hay que acallarlas, ocultarlas o destruirlas y en caso que lleguen a difundirse deben declararse erróneas o herejes, esto es “doctrina opuesta al dogma ortodoxo” Entre estas interpretación del mensaje de Jesucristo, que se oculta al vencer la posición ortodoxa, está la que defendían los gnósticos. Y es precisamente dentro de este movimiento en donde se enmarca el Evangelio de María Magdalena.


No es este el lugar, ni quien escribe la persona adecuada, para hablar de los gnósticos pero sí que se va analizar dos puntos importantes del Evangelio que nos ocupa. Veámoslos.


Se estructura este Evangelio como un diálogo breve entre Maria Magdalena y el resucitado. Hay dos puntos en el mismo que debido a su importancia práctica (esta web pretende ser lo que su nombre indica: espiritualidad práctica) vale la pena comentar.


Vemos que se nos dice:


La materia y el pecado


Pedro le dijo: «Puesto que nos lo has explicado todo, explícanos también esto: ¿cuál es el pecado del mundo?».


El Salvador dijo: «No hay pecado, sin embargo vosotros cometéis pecado cuando practicáis las obras de la naturaleza del adulterio denominada «pecado».


Es decir nos viene Jesucristo a decir que el pecado NO existe.


Esta concepción está en contra de todo lo que se predica en todas religiones en las que se establece lo que está bien y lo que está mal, de manera que resulta muy chocante y sin duda era un concepto que no podía ser admitido por la versión triunfante de la iglesia.


Para entender esta idea debemos de tomar un poco de perspectiva. Para los gnosticos, impregnados de la filosofía platónica, el mundo en que vivimos es un reflejo de un mundo superior, vaya que el mundo terrenal es reflejo del mundo espiritual. Quizá le suene la idea de la filosofía hermética (enseñanzas de Hermes Trismegistro) que dice “como es arriba es abajo” y seguro que le sonará eso del Génesis de: “Dios creo al hombre a su imagen y semejanza” que traducido en este caso sería el mundo espiritual creó al mundo material a su imagen y semejanza.


Pero ahora bien, y esto es muy importante no perderlo de vista, una igualdad NO es una identidad, de la misma manera que dos mas dos son cuatro pero cuatro no son, forzosamente, dos más dos (pueden ser tres mas uno por ejemplo). El que le digan que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza no supone que Dios sea igual al hombre, sino que el hombre está dotado de cualidades divinas. Las religiones han creado un Dios a imagen y semejanza del hombre (es decir han hecho algo tan absurdo como decir que 4 siempre son 2 + 2 ) y así a lo largo de todo el Antiguo Testamento se nos presenta a un dios vengativo, a un dios que castiga, que marca normas y que pobre de aquél que se desvíe de ellas, que exige que se le adore a él y sólo a él, que tiene sus preferidos, que es cruel con sus enemigos... Eso señores, eso NO es un Dios, eso es... un neurótico. En nombre de ese neurótico a lo largo de los siglos se ha matado a millones de seres humanos para imponer la idea de “mi” dios frente a “tu” dios, de “mis” normas frente a “tus” normas, de “mi” paraíso frente a “tu” paraíso. En nombre de ese neurótico, se ha olvidado todo lo que Dios representa, que es Amor y que es esa cualidad de Amor en lo que se le asemeja el hombre. Hemos hecho tanto un Dios a imagen y semejanza del hombre que en el cuadro de Miguel Angel se ve como Adán es tocado en un dedo por el dedo del propio dios, y ese dios de forma humana, como no podía ser de otra manera, es hombre y lleva barba.


Hecho este inciso todo nuestro mundo material es reflejo del mundo divino. Pero los hombres en su actuar, debido al poder creador que tienen (a imagen y semejanza de Dios pueden crear) son capaces de crear un “algo” diferente al patrón espiritual del que procede todo, es decir que adulteran la realidad divina en la tierra. Ese adulterio sería lo que constituye el pecado.


Vamos a poner un ejemplo para no perdernos en filosofía poco práctica. Supongamos a un grupo de personas que le gusta el canto. Evidentemente podríamos suponer que esa realidad de la armonía musical en la tierra puede ser reflejo del mundo divino o mundo de las ideas en lenguaje de Platón. Hasta aquí estupendo. Ahora bien, si hay un grupo que canta es muy posible en la realidad humana que aparezcan celos, rencores, envidias, criticas, etc. Todo eso NO tiene su reflejo en el mundo divino o de las ideas, todo eso es creación del hombre que “adultera” el mundo del que es reflejo. Ese adulteramiento, eso que hay aquí en la tierra pero que no puede tener cabida en el mundo espiritual, eso es el pecado.


De manera que el pecado en realidad no existe pues no tiene base sólida para ser eterno al carecer de raíz en el mundo de las causas, y así se disolverá por sí mismo. Es decir desde un enfoque atemporal o eterno todo aquello que no sea reflejo de la perfección divina, desaparecerá.


Ahora bien, esto parece trasladar la pregunta más que a responderla, pues si el pecado es el adulterio que los hombres cometemos al ensuciar la realidad espiritual, perfecta o divina, ¿donde están los límites para establecer qué es en lo que no somos reflejo divino? ¿qué es aquello que estamos adulterando en nuestro paso por la tierra?


Todas las religiones han intentado solucionar esta cuestión a través de establecer unas normas sobre lo que está bien y lo que está mal, pero después de la explicación dada el establecer normas no puede ser reflejo del mundo divino pues en este al ser todo perfecto no hacen falta regulaciones, de manera que al establecer una norma ya estamos adulterando el mundo, o dicho en otras palabras, estaríamos cometiendo pecado. ¿qué criterio hay que seguir entonces?


La respuesta la encontramos en los últimos preceptos de este Evangelio en que nos dice J.C.


Últimos preceptos
Después de decir todo esto, el Bienaventurado se despidió de todos ellos diciendo: «La paz sea con vosotros, que mi paz surja entre vosotros. Vigilad para que nadie os extravíe diciendo: «Helo aquí, belo aquí», pues el hijo del hombre está dentro de vosotros; seguidlo. Los que lo busquen lo hallarán. Id y proclamad el evangelio del reino. No impongáis más preceptos que los que yo he establecido para vosotros, y no deis ninguna ley, como el legislador, para que no seáis atenazados por ella».
Dicho esto, partió.


El nombre de Jesucristo en realidad es un nombre compuesto de Jesús + Cristo es decir que representa la realidad de un hombre (Jesús) alcanzando la máxima realización ( Cristo = ungido) Cuando nos dice eso de: el hijo del hombre está dentro de vosotros; nos está diciendo que dentro de cada uno de nosotros está esa perfección, ese mundo divino del que es reflejo el mundo de la materia y en consecuencia hay que escuchar a nuestro interior para saber como actuar (los que lo busquen lo hallarán) y como no puede haber mayor ser realizado que el Cristo, cuando lo buscamos, en nuestro interior, estamos en lo máximo que se puede llegar a ser. En consecuencia es en nuestro interior donde hay que buscar, no en una norma externa, no en quien diga ser maestro, hay que ir a nuestra CONCIENCIA, y esta es interna.


Vivir desde nuestra conciencia interior, ese es el mensaje Krístico, ya que vivir desde la norma externa dictada por maestro, una creencia religiosa o una sociedad es siempre limitativa, y si pretendemos que el mundo material sea reflejo del mundo espiritual, la idea de limitación no cabe en este.


Y esto es algo que se ve incluso en el Evangelio de San Mateo 23,10 en que JC dice a sus discípulos:


10 Ni seáis llamados maestros; porque uno es vuestro Maestro, el Cristo.


Esto no lo dice de manera egoica, no es que se consideré Jesucristo el único maestro, sino que el único maestro en verdad es el Cristo que habita en cada uno de nosotros, que para darle un nombre más cercano podríamos identificar con nuestra conciencia interior por encima de juicios racionales de nuestro cerebro, instintos de nuestro cuerpo o emociones de nuestros deseos.


La implicación práctica que tienen estas líneas si se llegan a entender y a interiorizar es enorme porque actuando desde nuestro interior, desde nuestra Alma, desde nuestra conciencia de lo que somos, no hay razón para seguir una creencia o buscar un maestro exterior. A lo sumo la creencia o el maestro externo sólo sirven para despertar en nosotros el maestro interior, el Cristo interior, que si guía nuestras vidas hace que esta sea feliz, pues es la adecuada a nuestro plano divino y esa adecuación pasa por estar por encima de lo que comúnmente se conoce como la dualidad bien – mal.



Que la Fuerza le acompañe,





Juan Pedro

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