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Simbologia del vino


Seguramente si pensamos en la simbología del vino a todos nos vendrá a la cabeza su relación con la Eucaristía en la que el vino se transforma en sangre de Cristo. Eso es algo a lo que estamos tan acostumbrados que apenas le damos importancia ni pretendemos saber su significado. Pero, ¿por qué tenía que darse la conversión del vino en sangre para conmemorar el mensaje Chrístico? Parece, a la luz de la lógica, algo absurdo. De la misma manera que a la cruz (de la que ya se habló) no puede entenderse porque se adora si no es como símbolo de entrega total (y posterior resurrección) y no como instrumento de tortura. Pero todo lo importante y perenne en el mundo tiene un motivo si nos tomamos el trabajo de buscarlo y una aplicación si queremos encontrarla. Empecemos primero por el vino y luego lo asociaremos con la Eucaristía.


El vino viene de la uva, que a su vez es el fruto de la vid, es decir de un arbusto leñoso y seco pero capaz de dar un fruto dulce. Tenemos ya aquí una primera transformación, pero tras la fermentación produce una sustancia alcohólica, el vino, capaz de producir un estado de embriaguez, es decir de llevar a un estado de consciencia diferente. Ese es el motivo (según afirma Chevalier) por el que “en las tradiciones de origen semítico es símbolo del conocimiento e iniciación”. Pero el vino se asocia también a la alegría y ,tal como está el mundo, vivir la alegría ya es otro estado de transformación.


Que el primer milagro, el de las bodas de Caná, fuera transformar el agua en vino a nivel simbólico nos hablaría de una transformación de lo común, el agua, en vino: la alegría trasformadora. Pero con los milagros, tal como se explican por la tradición, parece como si JC fuera un tipo muy habilidoso capaz de hacer cosas como que aparezcan muchos panes y peces de unos pocos. Pero no, lo que no está diciendo ese mensaje es que debe ser UNO quien debe compartir lo que tiene por el bien de todos, pero de eso hablaremos posteriormente. El primer milagro fue permitir que hubiera alegría asociada con el vino, donde había cotidianidad, agua. Dicho en otras palabras, el primer milagro a tener en nuestras vidas ¡es ser alegres! Cuando Einstein dijo eso de “en la alegría serás invencible” quizá es porque se había dado cuenta de algo que no era relativo, sino absoluto, como otras de sus teorías.


La asociación del vino con la sangre es fácil de entender por la similitud física, lo que ya no es tan simple es entender porqué se precisa la transformación eucarística. Para los judíos la sangre es la encarnación del Alma y según la kabala el depósito del conocimiento. Para la kabala el Alma recoge la experiencias de la vida por que no sería sólo conocimiento sino más bien experiencia. De esta manera la kabala cristiana (y que conste que yo no soy kabalista) explica el derramamiento de sangre de Jesucristo como necesario para dar al mundo su conocimiento (su “way of life” en términos modernos) y entregar su Alma para la transformación y evolución de la raza.


Conmemorar en la eucaristía la sangre de Cristo, ahora manifestada en vino, nos tiene que traer a recordar su esencia, su Alma, su conocimiento preciso para que, junto con el pan, su cuerpo, se transforme en acción. Es curioso como en pocas ocasiones se ofrece a los fieles el vino de la Eucaristía y se reserva este para el sacerdote. En algunas ocasiones se ha hecho pero en pocas. Parece como si eso estuviera reservado a quien vive ( o debiera vivir) consagrado a, precisamente, esa sangre de Cristo, pero siempre me ha parecido ese proceder poco “democrático”.


Lo que está claro es que si esa sangre se derrama por nosotros y esa Alma en forma de vino llega a nosotros los actos que se expresan en el Evangelio no son actos externos, no son de un tipo que hacia muchas cosas fantásticas, sino que somos nosotros quien debemos de hacerlas de manera paralela. El milagro de convertir agua en vino sería el de convertir la tristeza de nuestros días en alegría, el milagro de los panes y los peces sería el de aprender a compartir y darse cuenta de lo que sucede cuando eso se hace. Y así en todos los actos que nos narran los Evangelios (los Hechos de los Apóstoles es otra cosa).


Hay un momento en la Eucaristía en que se dice: “Haced esto en conmemoración mía” El mensaje aquí sería el de “haced lo propio de mi Alma” De manera que esa transformación del vino en sangre de Cristo nos obliga a la transformación, por la acción, de nosotros en la entidad cristica que debemos ser.


Verlo de forma pasiva, como propio de un acto externo de un ser de hace unos 2000 años, es como emborracharse con el vino. Y es que el vino puede transformar o destruir, pues como se dice en ocultismo “lo mismo que une, separa.” Y de la misma manera que las sociedades semíticas veían en el vino un símbolo de iniciación, el mismo puede ser de regresión. Depende del sujeto.


Porque el vino en sí mismo no produce nada, precisa, ya sea para producir placer y alegría o para producir borrachera, que sea tomado. Y lo mismo pasa con la conversión eucarística, la transformación se debe producir en nosotros no viendo el hecho como algo exterior, sino algo que yo tengo que desarrollar para ser como aquel en nombre de quien se realiza la transformación.


Hasta ahora se ha mezclado simbología del vino y simbología religiosa, pero a efectos de ser prácticos el primero puede reforzar al segundo y ayudarnos a ser mejores personas.


Los hindús tradicionales (hoy en día miran mucho el dinero) cuando comían (y era tierra de hambrunas) consideraban una ofrenda a la divinidad dejar unos gramos, muy pocos, de comida sin tomar diciendo una reverencia mental. De esta manera, tras una práctica constante, tomar un alimento era motivo para recordar la divinidad.


En nuestra sociedad sería fácil cada vez que veamos el vino, pensar en que por la sangre de Jesucristo debemos hacer como él, y ello nos llevará a ser mejores, no por una devoción externa, sino por actos propios que el recuerdo del popular vino puede traernos.



Que la Fuerza le acompañe,



Juan Pedro


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